Casi todos llegaron este sábado a México, a la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), la primera gran reunión presencial en un año y medio: desde el líder cubano Miguel Díaz-Canel hasta el presidente ecuatoriano Guillermo Lasso, representante de una derecha liberal y empresarial.
A último minuto se unió Nicolás Maduro, buscado por Estados Unidos por narcotráfico, y por cuya captura se ofrecen 15 millones de dólares de recompensa.
Aire para la izquierda continental acorralada
El viaje relámpago de Maduro tenía lógica: la izquierda autoritaria del continente -a la que pertenecen Venezuela, Cuba y Nicaragua- está acorralada por sanciones económicas y reportes demoledores de los organismos de las Naciones Unidas (ONU) sobre sus violaciones a los derechos humanos.
En México, los líderes de izquierda buscaron un respaldo diplomático, ya que el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, había anunciado que quería reemplazar a la Organización de Estados Americanos (OEA) por la Celac, donde ni Estados Unidos ni Canadá están presentes.
De ese modo, retomaba una exigencia de países como Nicaragua, Venezuela y Bolivia, que han criticado fuertemente a la OEA como intervencionista y sumisa a Estados Unidos.
Buscando proyección
¿Qué objetivo persiguió México con esta jugada? Según los analistas consultados por DW, el Gobierno mexicano quiso cristalizar el malestar con la OEA por razones geopolíticas, pero también personales. Un poco a modo de final rimbombante de una presidencia pro tempore que se caracterizó más bien por una diplomacia discreta e integradora, enfocándose en proyectos concretos como conseguir vacunas, más que en pleitos ideológicos que amenazan con dinamitar el organismo.
No lo lograron del todo, ya que el presidente ultraderechista brasileño, Jair Bolsonaro, retiró de la Celac a su país, el más grande y poblado del continente, en enero del 2020. E incluso durante la misma cumbre afloraron tensiones que llevaron a fuertes intercambios verbales entre Argentina y Nicaragua, o entre Uruguay y Cuba, aplacados rápidamente por el canciller mexicano Marcelo Ebrard.
Ambiciones personales
“Es posible que la cumbre haya servido como presión para lograr una reforma de la OEA”, considera el historiador José Antonio Crespo.
El investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) no excluye que se pueda tratar también de una jugada de Ebrard para perfilarse en su carrera hacia la presidencia. “Y consiguió el apoyo del presidente, quien coincide con los bolivarianos (líderes de izquierda) en su crítica hacia la OEA y el imperialismo”, añadió en entrevista con DW. “Los bolivarianos ven en AMLO un sustituto para (el difunto presidente venezolano Hugo) Chávez.”
Un guiño con el ojo izquierdo
Con esa estimación concuerdan algunos gestos de López Obrador, como, por ejemplo, invitar a Díaz-Canel al desfile militar durante los festejos del Día de la Independencia de México. Pero eso también le valió duras críticas. “Ahora queda claro que López Obrador se convirtió en cómplice de los nuevos totalitarismos en América latina”, dijo Tulio Hernández en conversación con DW. “Al convivir con Díaz Canel y Maduro, López Obrador se coloca en el bando que está fracturando la posibilidad de integración y el avance democrático en América Latina”, añadió el sociólogo venezolano, quien vive exiliado en Colombia, “pero sin una confrontación abierta con EE. UU.”
Rubén Aguilar, politólogo y asesor político mexicano, coincide en que la visión de López Obrador, de entender la soberanía como no intervención absoluta, no se puede entender como neutral: “Rechazar cualquier tipo de sanciones por graves violaciones a los derechos humanos es ponerse de lado de los países dictatoriales”, dijo a DW.
Sin embargo, Aguilar observó ciertos matices en la posición de López Obrador con respecto a la OEA: “Primero dijo que la iba a reemplazar por la Celac, es decir, por un mecanismo de integración puramente latinoamericano. Luego se corrige e invita a Canadá y Estados Unidos, y finalmente dice que de allí deben venir las inversiones para impulsar el desarrollo de América latina, dándole a América del Norte un papel más destacado que nunca”, explica.
Crespo también cree que México, contrariamente a lo que practican los países bolivarianos, no está buscando un pleito con EE. UU., su mayor socio comercial. “López Obrador, sin llegar a la confrontación con EE. UU., va manteniendo la agenda latinoamericanista”, subraya. “Cuando termine su mandato, quizás piense en ejercer un liderazgo regional.”
Por ahora, más allá de la retórica, las simpatías y las ambiciones personales, lo que queda de la cumbre de Celac es una agencia espacial latinoamericana, un fondo para desastres y un acuerdo sobre producción de vacunas y mayor cooperación en temas de salud.
(cp)
Autor: Sandra Weiß
DW