México y Estados Unidos vivían un nuevo capítulo de tensiones. Andrés Manuel López Obrador confirmaba lo que se rumoró durante semanas, que no iba a acudir a la Cumbre de las Américas en Los Ángeles por la decisión de la Casa Blanca de no invitar a Cuba y Venezuela. El desaire en junio de 2022 caló hondo en los demócratas y la Administración de Joe Biden, pero también en el Partido Republicano. “Me alegra ver que el presidente mexicano, que ha entregado secciones de su país a los carteles de la droga y es un apologista de la tiranía en Cuba, de un dictador asesino en Nicaragua y de un narcotraficante en Venezuela no estará esta semana en EE UU”, afirmó en español Marco Rubio, entonces senador por Florida.
Dos años después, tras una victoria aplastante en las elecciones, Donald Trump ha confirmado al político cubanoamericano como su próximo secretario de Estado. Ultraconservador, ferozmente proteccionista y siempre crítico con México, Rubio encaja a la perfección en un equipo que ha amenazado con poner en marcha un viraje de mano dura en temas como la migración, el narcotráfico y el comercio, cruciales para la relación bilateral. La llegada del primer latino como jefe de la diplomacia estadounidense ha sido recibida con nerviosismo y pesimismo del otro lado de la frontera. “No parecen buenas noticias para la región ni para el país”, anticipa Pía Taracena, académica de la Universidad iberoamericana. “Aunque no está todavía claro qué van a hacer, a veces se dicen muchas cosas en campaña que luego no pasan”, agrega.
Rubio nunca ha sido un político que se guarde sus opiniones. Habla mucho y, a menudo, mal sobre México, aunque no siempre. Hace ocho años contendió con Trump y rivalizó abiertamente con él por la candidatura presidencial. “Si Donald Trump construye su muro de la misma forma que construyó la Torre Trump, usará a trabajadores inmigrantes ilegales para hacerlo”, dijo en el debate republicano en febrero de 2016. Como rara avis, hijo de inmigrantes cubanos y candidato predilecto del conservador Tea Party, apoyaba medidas como el muro, pero insistía en que se debían abrir caminos legales para la migración. “El muro fronterizo no frenará por sí mismo la inmigración ilegal, pero las objeciones de los demócratas son irracionales”, afirmaba en 2018, a la mitad del primer mandato del magnate.
Ya desde entonces, Rubio se mostraba cómodo mezclando temas como la migración y la seguridad. “Abogo por poner un muro en la frontera donde ocurre la mayoría de la migración ilegal y donde pasa la mayoría de las drogas que están matando a estadounidenses de todas las razas y grupos étnicos”, comentaba, incluso amagando con tomar la misma medida con Canadá, en caso de ser necesario. Esa combinación de agendas, atendidas durante décadas por separado para no entorpecer la relación bilateral, fue uno de los legados más traumáticos de la primera presidencia de Trump para México.
En junio de 2019, el presidente republicano amenazó con tumbar el tratado de libre comercio, vital para la economía de ambos países, si su vecino no frenaba los flujos de la crisis migratoria. El Gobierno de López Obrador cedió a los pocos días para evitar la catástrofe. “La frustración del presidente con México es entendible. Durante años, Estados Unidos ha intentado todo para que México deje de permitir que su territorio sea usado por migrantes de terceros países como un puente abierto para transitar y cruzar nuestra frontera sur”, señaló Rubio en plena crisis diplomática. “Los únicos que se benefician de una frontera porosa son los traficantes de personas y de drogas”, dijo a principios de ese año a Fox News.
Hasta ese punto, Rubio todavía se presentaba como un político duro, pero más razonable en el frente migratorio, incluso coincidía en las demandas de México de atender las causas. Dijo que respetaba que López Obrador considerara la migración como un “derecho humano fundamental” y se refería a su Gobierno como un aliado “amigable y dispuesto a cooperar”, pero enfatizó que la situación era insostenible, en buena parte por “políticas bien intencionadas” de las autoridades mexicanas. Se movía por una lógica de palos y zanahorias: castigos y recompensas. “Tenía la esperanza de que seríamos capaces de redefinir la relación entre México y Estados Unidos”, dijo su lado amable. “Pero el respaldo inexplicable del nuevo Gobierno a Maduro ha puesto todo en duda”, sentenció su lado duro después de las elecciones en Venezuela de 2019.
Para Rubio, los guiños de México ―de apoyo a veces y de tolerancia otras― hacia Cuba, Venezuela y Nicaragua fueron imperdonables. Y vinieron muchos palos. Celebró, por ejemplo, el fallo de una disputa comercial para reducir la importación de tomates mexicanos. Reprobó la masacre de la familia LeBarón a manos del crimen organizado e insinuó que Estados Unidos debía ayudar a México a “combatir asesinos”. Y volvió a mezclar temas: esta vez, política con seguridad. “El régimen de Maduro y los carteles en México son socios comerciales”, afirmó. Además, el asilo de Evo Morales en México le cayó en la punta del hígado y lo acusó de sabotear la transición democrática de Bolivia desde tierras mexicanas, en noviembre de 2019.
En el inicio del Gobierno de Biden, Rubio perdió el interés en México, pero pronto se subió a la ola de críticas por la crisis migratoria, pieza central del triunfo de Trump este año. “Nuestra frontera ha sido rebasada por la migración ilegal y drogas letales, y la Administración de Biden no solo lo permite, lo alienta”, dijo en 2022. El designado secretario de Estado entendió que Trump no tenía rivales reales en el Partido Republicano y se alineó poco a poco. Pasó de escéptico a convencido con el paso de los años y endureció su discurso. “Es pura política”, comenta Taracena.
“La izquierda radical va a destruir Estados Unidos si no los detenemos. Adoctrinan a los niños y convierten a los chicos en chicas. Permiten que los inmigrantes ilegales y las drogas inunden el país. Y si lo denuncias, te vetan en redes sociales y te llaman racista”, afirmó en un spot de campaña para las intermedias de ese año. Ganó con una ventaja cómoda de dos dígitos sobre su rival demócrata, Val Demings.
Fue en ese contexto donde se quejó amargamente de López Obrador por no viajar a la Cumbre de las Américas. Dijo que Biden no podía permitir “bravuconerías” ni “amenazas de boicot” de México. Lamentó que el presidente mexicano era “duro” con los países democráticos, pero se deshacía en “halagos” para “un dictador en Nicaragua, un narcotraficante en Venezuela y una tiranía marxista en Cuba”. El excanciller mexicano Jorge Castañeda subrayó la ironía en su columna de esta semana: “Van a coincidir, por primera vez en la historia, el Gobierno más anticastrista de Estados Unidos desde Kennedy y el más procubano de México desde López Mateos”.
Rubio volvió a la carga en el terreno migratorio y la lucha contra el narcotráfico, con críticas más mordaces y vocales. “López Obrador ha dejado claro que no usará la fuerza para combatir a los grupos narcoterroristas en México”, señaló en marzo del año pasado. “El resultado trágico y predecible es que son los grupos del crimen organizado, no el Gobierno, quienes ahora controlan amplias porciones de este gran e importante país”, afirmó.
En el discurso, Rubio abrazó de lleno la propuesta de Trump de nombrar a los carteles como grupos terroristas para justificar incursiones militares de Estados Unidos en México y agitó el fantasma del terrorismo, en general. “Con Biden, tenemos a un ISIS fortalecido y una frontera completamente abierta que pueden usar para hacer en Estados Unidos lo que acaban de hacer en Moscú”, señaló tras los atentados de marzo de este año. “Cuando escuches que con Biden entraron nueve millones de personas de forma ilegal a Estados Unidos, recuerda que sólo se necesitó a cuatro terroristas para llevar a cabo la masacre de Moscú”, agregó.
Para mayo, ya eran 11 millones de inmigrantes, de acuerdo con sus datos. “Desafortunadamente tendremos que tomar medidas dramáticas al respecto”, advirtió. Trump defiende las deportaciones masivas y ha prometido expulsar a un millón de personas cada año, una cuota que parece improbable. Rubio también enarboló la consigna de que su país “está siendo invadido” desde la frontera sur. “Antes que nada, deberíamos hacer algo REAL contra la invasión de Estados Unidos desde nuestra frontera sur”, dijo en febrero. “Ha defendido esta idea de que la verdadera amenaza está en la frontera sur, no en Ucrania o Medio Oriente”, comenta Taracena.
En una entrevista reciente con Telemundo, Rubio matizó y dijo que una intervención militar contra el narco en territorio mexicano no era viable sin el aval de las fuerzas mexicanas. El video, con críticas a López Obrador y loas a la importancia de México como socio, se ha hecho viral entre los detractores del expresidente, bajo la esperanza de que Estados Unidos sea un contrapeso al poder de Morena, el partido gobernante. Pero la idea ha sido tildada como un mito por Arturo Sarukhán, exembajador en Washington y crítico del oficialismo. “No nos equivoquemos, Trump no acotará ni presionará al Gobierno mexicano más allá de lo que le interesa”, dijo a este diario la semana pasada. Para muestra, Rubio no ha dedicado un solo mensaje a la presidenta Claudia Sheinbaum en su cuenta de X (antes Twitter).
La versión más dura de Rubio ha ampliado su baraja de reclamos contra México en los últimos meses. “Los senadores demócratas votaron a favor de usar dinero de los contribuyentes estadounidenses para subsidiar que China inunde nuestro país con coches eléctricos que están construyendo en México”, se quejó en agosto, dos meses antes de la elección. También ha sido claro en el mensaje de agradecimiento tras su designación. “Siempre vamos a poner los intereses de los estadounidenses y de Estados Unidos por encima de todo”, afirmó esta semana.
Más allá de las amenazas y las preocupaciones, Rubio personifica también un cambio en el perfil del electorado latino y tumba el mito del apoyo abrumador de la comunidad hispana a los demócratas. “¿Por qué hay tantos en los medios sorprendidos de que los hispanos votaran para bajar el costo de vida, impedir que sus hijos sean enviados a pelear a una guerra y proteger a sus familias de migrantes ilegales criminales que roban, violan y asesinan a gente en Estados Unidos?”, cuestionó un día después de la elección. Con 53 años, 25 menos que Trump, el cargo de secretario de Estado puede ser un trampolín para entrar en la pugna por la sucesión, reseña Taracena. A falta de una ratificación protocolaria, el hijo de inmigrantes que promete mano dura contra los inmigrantes será un interlocutor determinante para los próximos cuatro años, junto al próximo embajador, que no se ha anunciado.
El País