Historia de Elias Camhaji Mascorro

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) estaba en llamas. Era agosto de 2019 y había pasado apenas un año de la peor derrota que el tricolor había sufrido en una elección federal. La apuesta por José Antonio Meade, el primer candidato presidencial sin militancia en la historia de la formación, fracasó de forma rotunda y obtuvo solo 7,6 millones de votos, lejos de los 18,7 millones que catapultaron a Enrique Peña Nieto a Palacio Nacional en 2012. Los priistas ya no eran la primera fuerza en el Congreso, perdieron 39 senadores de un sexenio a otro y 158 diputaciones desde las intermedias de 2021. Los viejos bastiones también fueron cayendo uno a uno, al pasar de 22 gubernaturas en 2012 a solo 12 en 2018. Se necesitaba con urgencia a un bombero. Y entonces, llegó Alejandro Alito Moreno, el hombre con la misión de apagar el fuego.

“Quiero que mi presidencia al frente del partido marque el inicio de una nueva etapa para el priismo”, declamó Moreno en su toma de posesión como dirigente nacional, el 18 de agosto de 2019. Robusto, enfundado en un traje negro y corbata roja, con el pelo engominado e inalterable, Alito llegó con la promesa de una profunda reforma interna, el compromiso de respetar a la disidencia y una victoria aplastante en el proceso partidista. Ganó con 1,6 millones de votos, más del 84% de los sufragios emitidos por los militantes y diez veces más que el segundo lugar, la exgobernadora Yvonne Ortega, que renunció al partido días más tarde.

En plena cargada, ritual ineludible desde los tiempos del antiguo partido hegemónico, los reclamos de sus rivales por la compra de votos, las acusaciones de inflar el padrón afiliados o los periodicazos bajo la sospecha de corrupción quedaron relegados a segundo plano. El PRI cerró filas ante el aspirante que resistió el tsunami de Andrés Manuel López Obrador y se alzó como gobernador de Campeche, que aseguró tener todas las respuestas para revivir las viejas glorias y que juró que iba a resarcir el orgullo herido de los priistas. “Para el PRI, ser oposición es coyuntural y regresar a gobernar es nuestro destino. A los priistas nos gusta ganar y por eso, vamos a ganar”, afirmó Moreno ante el estruendo de la militancia y la plana mayor.

Cinco años después, la historia es muy diferente. Tras una polémica alianza con sus antiguos rivales panistas y perredistas, el PRI aportó sólo 5,7 millones de votos en las presidenciales de 2024, casi cinco veces menos que Morena. Se estancó en el Senado y se perfila a ser la quinta fuerza en la Cámara de Diputados, si se confirman las tendencias que adelantó el Instituto Nacional Electoral (INE). Gobierna solo en dos de los 32 Estados del país. A la par de la desbandada masiva de líderes, críticos y cuadros, perdió cinco millones de afiliados, casi el 80% de su militancia, según cifras oficiales. Cuando la opinión pública esperaba que pusiera su renuncia sobre la mesa, Alito impulsó una polémica reforma a los estatutos que le abre la puerta para perpetuarse hasta 2032. Este fin de semana se enfila a repetir como líder nacional, prácticamente sin oposición en la elección interna.

“Hoy por hoy somos el partido político que más Estados gobierna, somos el partido político que más municipios gobierno, somos el partido político histórico de México”, afirmó Moreno en 2019. Semanas antes de la contienda interna, el PRI había recibido un nuevo golpe: su votación se redujo un 90% y quedó en penúltimo lugar en la lucha por la gubernatura de Baja California y fue último al perder casi la mitad de sus votos en la elección extraordinaria de Puebla, celebrada tras la inesperada muerte de la gobernadora Martha Érika Alonso. Alito inició su gestión con un mapa político fragmentado, pero que aún dominaban los priistas, con 12 gobernadores. El partido acaba de ceder plazas importantes como Jalisco y Veracruz en 2018, pero seguía controlando un corredor importante de entidades con personajes como Alejandro Murat en Oaxaca, Héctor Astudillo en Guerrero, Alfredo del Mazo en el Estado de México, Omar Fayad en Hidalgo, Quirino Ordaz en Sinaloa o Claudia Pavlovich en Sonora.

Su primera prueba como dirigente fue en 2020, con dos elecciones pequeñas y en antiguos bastiones priistas que sorteó con éxito: la renovación del Congreso de Coahuila, donde obtuvo 16 de 25 diputados, y 32 de 82 Ayuntamientos en disputa en Hidalgo. Morena, sin embargo, ya había dado visos de su maquinaria electoral, después del triunfo aplastante de López Obrador y victorias cómodas en siete Estados, incluida la capital. En diciembre de ese año, el PRI, el PAN y el PRD anunciaron el lanzamiento de la coalición Va por México, un bloque legislativo de contención y una alianza electoral con miras a las elecciones intermedias de 2021, en las que se renovó la Cámara baja y 15 Gobiernos estatales estuvieron en disputa, así como las alcaldías de Ciudad de México. “Esta no es una coalición para derrotar a nadie, sino para que gane México”, dijo en la presentación del pacto Moreno, que había llegado a la dirigencia con la bandera de recuperar la brújula ideológica del partido y “regresarlo a sus orígenes”.

Nada fue igual después de 2021. Morena y sus aliados ganaron 12 gubernaturas, ocho a costa del PRI: Sonora, Sinaloa, Zacatecas, San Luis Potosí, Colima, Guerrero, Tlaxcala y Campeche, el Estado natal de Moreno. El PAN se alzó con Querétaro y Chihuahua, donde no fue en alianza con los priistas. Movimiento Ciudadano tuvo un triunfo sorpresivo en Nuevo León con Samuel García. El tricolor se quedó con las manos vacías, pero la coalición opositora tuvo resultados más dulces en la Cámara baja. El PRI subió hasta los 70 legisladores en comparación con los 45 que tenía en 2018, se afianzó como tercera fuerza y arrebató la mayoría absoluta a Morena. Alito obtuvo un curul por la vía plurinominal. Y la capital se repartió en dos grandes polos, con nueve alcaldías para la oposición y siete para el oficialismo.

Días después de la elección, se multiplicaron las voces que exigían su salida de la dirigencia. A finales de junio, una batalla campal afuera de la sede nacional del PRI se saldó con un herido de bala, una imagen contrastante con la vieja disciplina partidista. Las sospechas de un pacto subrepticio con Morena se atizaron con las declaraciones de López Obrador tras las votaciones, al asegurar que Morena podía alcanzar la mayoría calificada en el Congreso con ayuda de los priistas. La Auditoria Superior de la Federación encontró irregularidades durante su Gobierno en Campeche por 4.000 millones de pesos. Para finales de 2021, las turbulencias alcanzaron a la coalición opositora, que se tambaleó por la ambigüedad del PRI frente a la reforma eléctrica.

Fue hasta abril de 2022 que Moreno logró silenciar los rumores de que el PRIMOR iba a desplazar a Va por México, al fijar su rechazo a la reforma del oficialismo. Para entonces, otro escándalo ya había azotado las puertas del partido, con sendos nombramientos a exgobernadores priistas como diplomáticos del Gobierno de López Obrador. Claudia Pavlovich llegó al consulado en Barcelona en enero. Quirino Ordaz fue confirmado como embajador en España en marzo. Carlos Miguel Aysa González, el hombre a quien Alito había dejado en el Gobierno de Campeche para ir a buscar la dirigencia nacional, fue ratificado como embajador en República Dominicana en abril. En medio de acusaciones de traición, los tres fueron expulsados del partido a mediados de año.

Por esas fechas, Moreno se vio envuelto en el llamado audiogate, con grabaciones divulgadas por la gobernadora Layda Sansores sobre sus pactos con políticos de la llamada Cuarta Transformación, golpes bajos contra sus correligionarios y la sombra de fraudes y operaciones corruptas en torno a su patrimonio. Alito aseguró que las acusaciones respondían a presiones para que el PRI se sumara al bloque gobernante. “Si se van a venir con todo, que se vengan con todo, yo no tengo tema”, afirmó el priista. “Si algo tengo yo, es que me sobran huevos”, remató.

En 2022, seis Estados salieron a las urnas para elegir gobernador. El PRI cedió el poder en Oaxaca e Hidalgo, un Estado donde el tricolor no había perdido en más de 90 años. Lo hizo a manos de Julio Menchaca, que militó durante tres décadas en las filas priistas. Morena repitió la receta en Tamaulipas con Américo Villarreal, que estuvo afiliado al PRI durante 34 años. También se llevó Quintana Roo con la experiodista Mara Lezama. Va por México se conformó con Aguascalientes con el priista Esteban Villegas y la panista Tere Jiménez. Villegas fue el primer priista que ganó una gubernatura desde las elecciones de 2017, tras cinco años de sequía. Alito lo celebró por todo lo alto: “Con unidad y los candidatos idóneos, Morena puede ser derrotado”.

La historia de derrotas e intrigas se reprodujo en bucle en 2023. La victoria de Manolo Jiménez en Coahuila, el único feudo que el PRI mantiene desde los tiempos de su antigua hegemonía, supo a poco tras la pérdida del Estado de México, la joya de su corona. En esa ocasión, el villano fue Alfredo del Mazo, acusado por la cúpula priista de pactar la derrota ante Morena. Ese año, el hidalguense Omar Fayad renunció al partido y fue nombrado embajador en Noruega. Miguel Ángel Osorio Chong, senador y exsecretario de Gobernación, también dejó la formación. Lo hizo junto a Claudia Ruiz Massieu, predecesora de Alito en la dirigencia nacional, y más de 300 militantes. Alejandro Murat, que buscó la candidatura presidencial del frente opositor, se marchó también y se integró directamente a las filas de Morena meses más tarde.

Las desbandas de los personajes más conocidos se han llevado los reflectores, pero la militancia del PRI también se ha erosionado bajo el mandato de Alito. En 2019, el partido solicitó al INE una revisión de su padrón de afiliados previo a la elección interna, que constató 6,7 millones de afiliados. Las autoridades electorales publicaron una cifra actualizada un año más tarde, que daba cuenta de sólo poco más de 2 millones de militantes. Cuando salieron los datos no saltaron las alarmas en la dirigencia tricolor, celebraron, en cambio, que eran el instituto político con más adherentes.

En 2023, los últimos números oficiales dieron cuenta de apenas 1,4 millones de miembros, lejos de Morena, el partido que ahora tiene más militantes. No hubo autocrítica en el diagnóstico de la caída. La dirigencia nacional la achacó, a grandes rasgos, a una depuración de registros duplicados y antiguos. Son más de 200.000 menos que los 1,6 millones que votaron por Alito hace cinco años. “En los últimos años se alejó a la militancia, las decisiones las tomó una nomenclatura sin raíces ni compromiso con el partido, y las candidaturas las repartieron entre quienes los tuvieron secuestrados”, acusó Moreno cuando asumió las riendas del partido. El Tribunal Electoral validó el año pasado una reforma exprés a los estatutos partidistas para prorrogar su mandato durante un año más.

Así llegó el PRI a las elecciones de 2024. Beatriz Paredes, la única priista que avanzó a la fase final en la contienda por la candidatura opositora, fue dejada caer por la dirigencia nacional para abrir paso a Xóchitl Gálvez meses antes. Del Mazo renunció al partido, tras ser acusado nuevamente por Alito de “esquirol” e “inclinarse” ante Morena. Alejandra del Moral, excandidata a la gubernatura del Estado de México, se fue también y anunció su apoyo a Claudia Sheinbaum.

Los priistas sellaron el peor resultado de su historia en una elección presidencial de la mano del dirigente que más poder ha concentrado en décadas. Moreno, cabeza de lista en la lista de candidatos plurinominales al Senado, aseguró una curul para los próximos seis años. El número final de priistas en el Congreso está en las manos del Tribunal Electoral, la máxima instancia para calificar los resultados de los comicios.

“Estaré donde el partido me necesité”, dijo tras el último naufragio electoral, Alito negó que fuera a renunciar antes de concluir su mandato y dijo que el futuro de la dirigencia estaba en manos en los órganos partidarios, controlados por él y sus allegados. “Tenemos que apoyar a Alito, le hemos ganado en todo, entonces que siga”, dijo Mario Delgado, el líder de Morena, que se alzó con siete de nueve gubernaturas en disputa, la mayoría en el Congreso y la presidencia.

Su deseo está cerca de cumplirse. Otra reforma in extremis a los estatutos, reprobada por exdirigentes y los pocos críticos que quedan, le permitiría quedarse hasta por ocho años más. La elección interna de este fin de semana lo enfrenta contra la fórmula de Lorena Piñón, que hace cinco años obtuvo menos del 3% de los apoyos de la militancia.

El País