BEDFORD, Massachusetts, EE.UU. (AP) — Durante tres años, María Macario tuvo miedo de salir del campanario blanco de la Primera Parroquia de las afueras de Boston.
Esta guatemalteca de 55 años se instaló allí para evitar ser deportada y vive en lo que supo ser un aula donde se daban clases los domingos, en la que se le instaló una pequeña cocina.
Su aislamiento se agravó con la pandemia del coronavirus. Se acabaron las reuniones en la iglesia y desaparecieron los voluntarios que cubrían turnos durante las 24 horas en caso de que se apareciese el servicio de inmigración. Para levantarle el ánimo, de vez en cuando le cantan desde afuera de la iglesia.
Macario espera que las cosas cambien ahora que Joe Biden está en la Casa Blanca. El nuevo presidente dijo que suspendería por 100 días la mayoría de las deportaciones y que favorece el que se le dé a casi 11 millones de personas con un status inmigratorio irregular la posibilidad de hacerse ciudadanos. Es un giro de 180 grados respecto a las políticas de línea dura de su predecesor Donald Trump.
“Es un alivio”, expresó Macario. “Siento como si me hubiesen sacado un gran peso de encima”.
La centroamericana es una de decenas de personas que se refugiaron en iglesias de Estados Unidos como último recurso para permanecer en el país. Muchos inmigrantes sin permiso de residencia, temerosos de ser deportados por el gobierno de Trump, tomaron distintas medidas para evitar ser pillados, dejando incluso de conducir vehículos.